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Automatismos - Poemas de Juan Jacinto Muñoz Rengel

Automatismos

Mis pensamientos no son letras,
carecen del orden.
La letra no pesa, ni siente la culpa.
Escribir no es en realidad una forma de comprender el mundo
sino uno de mis hábitos para olvidarlo.
Bajo el dolor de la vida que no vivo
cada día soy más adicto
a los automatismos, torpe, ciego, borracho.
No sé hasta cuándo podré evitarme.
Compongo una frase
me distraigo en una idea
alargo una mirada hacia el bochorno.
Espero que no por mucho tiempo más.
           
Aprendí a vivir de pequeño,
nadie me dijo que eso se podía olvidar.
Nadie me habló de atalayas,
de miedo monótono
que nada tiene que ver con el pánico,
de la pereza ni de la alergia a los otros.
Nadie me enseñó a abrir puertas cerradas por uno,
ni me advirtió que los sentidos se atrofian.
Pinté mapas, de pequeño,
nadie me indicó dónde morder la realidad
y zambullir la cara y restregarse y abrir los ojos por mucho que escuezan
y llenarse de barro y arrancarse el pelo y abrirse el pecho y beberse su sangre
y morir de cualquier cosa menos de rutina.
Nadie me enseñó a eso.
           
No duermo estoy despierto y no duermo
no duermo
La luz es la angustia
La noche es sudor, desierto de a metro y remolino
Me duele pensar y
mis brazos mi tórax mis hombros creen en la culpa
Por qué tiene que haber un mañana
No quiero dormir
No quiero estar despierto
           
En la noche, recuerdo el abismo que fui
y acaso que volveré a ser.
Salto arriba, escapo
no quiero ser todas las cosas,
no quiero.
...
Me escondo en la artesanía mecánica, diminuta
de la tinta y los cafés y las frases terciadas, la indiferencia
No quiero ser todas las cosas,
me falta valor o no tengo ninguno,
me reduzco a los pormenores
-que me asquean-,
me creo mis menudencias
y olvido que soy todas las cosas.
           
Es el Elíseo, el Tártaro, la metrópoli.
Entre el desorden de las caras,
el bullir de las cosas y gargantas,
confuso, ebrio de alcohol y de gente y de mensajes, me desconozco.
¿Dónde simulan todos que van?
No sé leer usos ni modas,
ignoro la mayoría de los símbolos.
De los otros sólo conozco la mirada;
de mí ni eso.
No sé qué soy.
Al menos sé que no voy a ningún sitio.
           
Mi mano es muchedumbre finita de signos.
Ahora sestea ociosa sobre la barra,
mancillada por la sucia pátina de aguardientes;
ha abandonado la pluma
y un blando rayo de luz la calienta.
La luz viene de fuera, del universo de los otros cuerpos,
de otros ojos, de otras manos.
He vivido del terror a los otros.
Ahora acaso quisiera salir
-o necesito creerlo-,
me muevo,
pero noto que es el bar el que me anda,
el mundo me anda, la vida me recorre burlona.
También mi mano me merodea,
y salta a mis ojos y los cierra,
y mi cabeza, muerta hace tres días, se resigna.



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