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Ese primer golpe de címbalo del otoño - Poemas de Emilio Sosa López

Ese primer golpe de címbalo del otoño

Llegará el otoño y uno volverá a pensar en una playa desierta
donde apenas se oye el mar.
                                  La arena es siempre una abstracción
y allí no rumorean las olas, salvo en la imaginación;
las nieblas huyen hacia el horizonte
y el espacio se vuelve mental con sólo tocarnos la frente.
Desconcierta nuestra habitación que vaga por diversos países.
Afuera las hojas amarillean y caen, y nadie sabe ya
qué fecha es. Los ámbitos están llenos de ladridos

y hay muchos perros ateridos que ambulan desde siglos.
Uno piensa que un viento helado los barrerá para siempre. Sabrán
de ese modo cuán lentamente se ingresa a un tiempo fantasmal,
Las calles lindan al final, entre molduras calizas,
con un desfiladero misterioso. Es el momento en que pensamos en
                                                                              [una playa
de la que está ausente el mar.
                                          La soledad agobia al sentirnos
lejos de alguien. Y es comprensible que nadie entienda el mundo
                                                              [en que vive.
Entonces me digo que todo se acerca a un irremediable

fin. De esto los perros son verdaderos filósofos. Lo anuncia
el otoño que retorna con su viejo álbum de láminas gastadas.
¿Quién lo dejó olvidado en un estante al mudarse?
Quizá tu rostro se haya borrado como una tormenta lejana.
¿O alguien aún aguarda por ti en una postal?
¿Volveremos a reír sentados los dos en una taberna
de Burlington, y hojas sin claridad que comenzaban a dorarse?
La verdad era que no queríamos ver lo que había detrás.
Tan familiar resultaba la luz como los automóviles que pasaban
por el camino; la brisa chirriaba bajo los neumáticos
como una música apagada. Pero la memoria ha ido endureciendo
los árboles como piedras. Mejor dicho, lo ha transparentado todo.
Sólo queda al fondo una playa imaginaria
                                                con nieblas de plomo
o planchas de cinc que se quiebran entre rayos. Un viento terrible
parece adentrarse en la espesura del cielo
sin que nos alcance su estruendo.
Con esas ráfagas que hieren, en medio de un follaje

de hierro, el día cobra un sorprendente poder sobre el mundo.
Y no hay refugio adonde llevar tu muerte.
                                                Ninguna escritura
podrá contener lo que por sí se destruye. Los rastros que quedan
son de otra realidad que apenas puedes entrever.
La arena misma no soporta trazos, es materia de sueños.
Por ello la carta que ahora quisiera escribirte tiene la desolación
de los médanos. Y el día es tan azul como blanco
y gris el mar contra lo negro que nos desdibuja.

Así es como se borra tu recuerdo dentro de mí, pues escribir es
                                                        [como caminar
en una playa floja, remontando el rumor de olas y voces
                                                        [entremezcladas
y vientos que aúllan más allá de toda distancia.
Pero eso es el silencio —que nunca se lo puede oír del todo.
Y ahora que hablo de sueños pienso en calles que no se sienten
                                                          [al andar,
paredes o umbrales inconsistentes como el humo,
o sillas que parecen no tener ningún peso. No obstante
el mismo sol brilla en las ventanas. De repente tu rostro
se vuelve hacia lo oscuro para no mirar.

Es que nuestro mundo es muy extraño en su oculto terror.



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