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Un crimen - Poemas de ROGELIO SAUNDERS

Un crimen

De modo que como decía era éste el gesto de danzar sobre los escalones.

No bajar ni subir, simplemente danzar sobre los escalones.

Porque los escalones, como sabía Piranesi, no están encima
ni debajo: están en todas partes.

Esta era la locura de Piranesi.

La multiplicación de los escalones.

La proliferación de las lilas en la primavera.

La fiesta de la muerte.

El mundo crece para la soledad, mundus ad apokalypsis.

Construimos ciudades que no podremos habitar.

No es enteramente exacto.

Construimos las imágenes de lo inhabitable.

Estos son los espejos que salen de nuestras manos.

Somos orfebres locos, cazadores obsedidos por un cántico.

Mr. Pound con un mosquete al hombro junto a un árbol.

Paisaje de lianas, un sueño de Rogier Van der Weyden que se incluye

sibilinamente en el cuadro, minúsculo, con un sombrero de castor a lo

Robin Goodfellow.

Símbolos espejeantes.

La máscara debe estar escondida en algún lugar del bosque.

¿Pero dónde? ¿En qué refugio soleado de la boca inmensa que es el

bosque, que es como decir el desierto, los inquietos anillos de dunas, las

olas del mar transfinito?

¿Dónde? ¿Dónde? ¿Dónde?

Silencio. Por debajo de la masa de pelos asoma un hocico simpático.

Cuatro orificios dispuestos simétricamente. De eso hay en todas partes.

Son los cuatro orificios universales.

Son los cuatro elementos y las cuatro letras.

Son el Norte y el Sur, son el Este y el Oeste.

Etc. Etc. Etc.

Recoger piedras para clasificarlas sería más provechoso.

Hallar la fórmula una vez es imposible.

Hallar la fórmula siempre es todavía más imposible.

Ja. Ja. Ja. Imposiblemente imposible.

Mr. Pound se ríe sentado en cuclillas sobre un cono.

Todo es real, todo es imaginario.

La risa del mono hace un remolino con las hojas plateadas.

El mono titubea pasándose un dedo por la boca.

Coloca una pirámide sobre el cubo y una esfera en el vértice de la
pirámide.

La luna sobre el pico del abeto.

El mono se ríe con ganas, como un niño, y mira de soslayo
el plátano que Mr. Pound le había prometido.

Luz que atraviesa los gruesos barrotes y proyecta una sombra
enedimensional sobre el cuadrángulo.

La sombra se sacude rítmicamente al impulso de sus estremecimientos.

Es como una música de pequeñas campanas, como aquello
con que termina la suite Los planetas de Gustav Holz.

Din don din don din don din don din don.

Algo que no se oye, una especie de ideograma hecho con el silencio
y la cal.

Como en la frase profunda de los gemelos siameses, donde uno es el

asesino que escribe y el otro el asesino que escucha:
Todo fluye.



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