Paraguay (asunción) El 11 de junio de 1580 vuelve a fundarse la ciudad de Buenos Aires.
Entre los cincuenta y cuatro pobladores, tanto mestizos como criollos,
hay una sola mujer. Su nombre es Ana Díaz, paraguaya, mestiza, joven,
viuda, iletrada, pero tan decidida y temperamental que fue capaz de
hacer valer sus razones personales ante el fundador para que la
incluyera entre los integrantes de la expedición.
Junto al mar de Solís,
mis osadías,
mi identidad gestada en la intemperie bajo cielos de estupros,
mi presencia en espacios de lunas con mordazas
y horizontes de espinas como redes controlando la furia de los pájaros.
Entre las lobregueces de la historia,
una huella de voces contra el viento sobre el apareamiento de la espuma,
sobre el dolor que rompe y la profunda sonoridad del agua y sus embates
sin respiro ni tregua ni descanso.
Junto al mar de Solís.
Junto a un puñado de sueños semejantes,
mis enaguas,
mi aroma a soledad,
los territorios donde alzaré el perfil de mis sudores,
el desnudo solar donde el destino oficiará de muelle al desarraigo.
Hija del desamor,
de la ascendencia bastarda de la selva.
Hembra sin hombre.
Espesura de abismos y derrotas atestiguando el nuevo asentamiento
de esta ciudad que fuera asesinada por colmillos de hambrunas y contagios.
Junto al mar de Solís,
con las arterias ahítas de esta sangre no admitida,
por la memoria de las injusticias
y algún resto de ultraje entre los dientes que lo muerden,
lo oprimen,
lo encarcelan,
lo desnucan a golpes de cadalso.
Por las cronologías de la nada
mi nombre
hecho de greda a la deriva
documentado en actas y escrituras:
Ana Díaz, primera fundadora, mujer, mestiza, viuda, analfabeta,
y la tenacidad de sus relámpagos.