I diario de una isla Ante estas costas,
desnudas literalmente hasta los huesos,
me asombro de mí misma,
de siglos pendientes a un reloj de arena,
del canto lunático de un caracol
poseído por fantasmas remotos.
Es verdad, mis ojos guardan historia
animales extintos, catedrales convulsas,
hombres tragándose el mar
como una copa de vino.
Tengo heridas que la sal alimenta todas las mañanas
y un delirio de lejanas criaturas.