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Elegía por la muerte de un poeta - Poemas de Emilio Sosa López

Elegía por la muerte de un poeta

Idear un rostro fue una empresa de ondas y torbellinos.
Herían como cuernos de luz, muy semejante a la música.
Imágenes del comienzo en torno a una mariposa que revolotea:
ojo del niño, ojo profundo del agua que ve su propia mano.
Tú estabas allí, en aquella comarca de la muerte naciente
cuando hasta las piedras cantaban resonando en los ecos.
Luego el mundo se volvió tan viejo que nadie recuerda
a qué día me refiero, de azules fragmentos en su irradiación.
El hombre ya traía esa estría que ciega desde las tinieblas,
irisado él mismo desde su centro paradisíaco.
Mas al girar la cabeza vio que su propia sombra generaba
la noche. Así entró astutamente dentro de sí.
—Que es como decir dentro de mí, tal un ángel de cristal,
cristal su voz, su espada, la memoria que todo lo borra
en su transparencia. Yo ofrezco pues mi mano de cristal.
Nadie la ve. Amenazo con mi espada y pasan sin verme.
Soy abismal volviendo de mis sueños que nadie recuerda.
¿Qué era ser hombre aquel primer día del Paraíso?
¿Un hermoso animal de nudos luminosos para la noche
o una sombra en medio del resplandor de un sol fijo?
Las olas devolverán sin duda lo que perdí en los demás,
esa gran hendidura de lo que quedará girando a solas.

Y ahora vengo a saber que tus pasos se perdieron y que tu
                                                              [cabello
fue luz y resguardo tus manos y rugoso el tronco
donde exhaló tu respiración. Hombre, llama perdida,
aún vivo pero siempre con una inmensa muerte a cuestas,
muerto en pie como ese molde de aire que todavía aguarda
en tu ciudad fantasmal. Tu calle nadie la inventó
pero estaba en el sueño como una forma de la eternidad.
O tu casa, algo que el sueño inventó y allí se fijó.
¿Qué murió entonces contigo? Y quien murió, ése fue el gran
                                                        [desconocido
que todos amábamos. Ideábamos su rostro en tu rostro,
su misterio en tu modo de callar. Una antigua arboleda
parecía agitarse en el fondo de tu misma ansiedad.

Pero toda partida es rápida y apresura el tiempo de nuestras vidas.
Sólo queda el rumor de lejanos jinetes, leyendas que se han urdido
en valles nunca vistos, ríos que anudan lo profundo
a las altas lluvias, rumores de vientos que en su origen
fueron mansos, brisas del paraíso perdido con sus flores
como diosecillos. Oh, sí, un tiempo anterior donde el hombre
era todavía un dulce animal o un ángel desnudo, absorto,
mirando la belleza a su alrededor con la sagrada tristeza
de quienes fueron forjados antes de ser ellos mismos.



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