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CanciÓn para una extraÑa - Poemas de Omar García Ramírez

CanciÓn para una extraÑa

Digamos que era una mujer
pequeña y dura
con ojos verdes grandes y huesos blancos
largos
como calles angostas trastabillantes,
que sacaba la lengua roja de tabaco
entumecida
bajo un invierno que no pasaba sobre el otoño,
bajo un invierno avaro,
que no se decidía a soltar la nieve
y tenia cabellera de niebla pesada y smog
de ideas ateridas.

Que la falda negra estaba sucia y el
ruido de la gran avenida le tenía sin
cuidado, porque ella no tenía oídos para el mundo
sólo  ahusados y afilados garfios 
de  emperatriz china de los
que se servía para conseguir favores; el
pan y la cerveza, la siesta bajo la lluvia.

Que venía del este,
por que del este es
de donde vienen los sueños rotos,
o mejor
los sueños que no maduraron, como:
–Muchachas inclinadas y heladas en el
surco de las sandias y  flores rojas–.

Que había besado bocas que crecían
dentro de un vino duro y atroz
de ciudadanos sin nombre y sin papeles
y que ponía cara de lagartija dura y verde
sin hacer ascos, sin mover los ojos.
que tenia las costillas más flexibles de la calle
y la piel blanca, blanca, blanca y amarilla
de una doncella balinesa  en espera del verano,
por que ese estar así,
de norte a sur,
caminando sobre zapatos -oferta- de
supermercado y con la
cartera del “Todo a Cien” y la soledad
como una muñeca rota debajo de la
mesa, en la pensión de barrio, obliga a
tensar en forma el corazón,
casaca a la intemperie,
ritmo de tambor resfriado
cabello corto y rubio de eslava en la redada.

Es así que las cosas pasan de pronto, con
una fugaz algarabía,  un olor de tabaco,
auto-ciudad-alrededor
nunca en el centro
(esas cosas pasan siempre en la
periferia, en los callejones de hoteles
baratos). Siempre en el centro bajo la
yugular cerca del pecho.

  Tu sonrisa. Luego la cama y un
refresco de cola para paliar el sueño y la
sed.
(La sed del animal urbano es dulce y
seca como un corazón que se agita sobre
una

Platito de café en la mesa del mantel
verde)

Un curva de trasero duro ahora,
entregada a la longitud de una
mansión, una ventana de cortinas
viejas y cerca una casa de un poeta
tropical en el exilio.

Así tu muelle de luz
Vientre duro de Rumania
Flaca condesa de Sevastopol
con aretes chinos y cartera de Taiwán
y un beso que rueda debajo de la ducha
caliente y un poco de metal y papel que
arde como
cuando uno tiene que salir a buscar el
sol pequeño
que muere cada tarde dentro de la
cinta negra del estómago
ceniza pequeñita en la boca,
sin palabras.                           
2A través de un rayo
venía tu voz cortada por un relámpago
de tribu
de la estepa urbana,
una lluvia que caía y se perdía detrás
de una vitrina
Y una cabeza de cordero muerto
que miraba un sol apagado y moribundo,
una cabeza de cordero muerto esperando
un cuchillo o una boca,
una mano
de ángel con overol
ensangrentado apartaba la vista,
cerraba el firmamento
y nosotros caminábamos, corríamos,
reíamos....

Complicidad de haber visto lo mismo en
un idioma que se inventaba día a día
tras una calle, delante de una
cerveza...
Y tenía el gusto por la palabra oliva y
tenía el cuello de un cisne
que agitara su torso al libre vuelo
a la sangre desatada en la cuchilla.
Un idioma quebrado de iletrados
de analfabetos, exiliados, e inmigrantes
que se hablaba sin documentos
y que traía esa clandestinidad fresca de
las fronteras.
de tome y lleve
de recoja y váyase.                           
3Yo no pensaba gastar todo mi amor en
tu cintura
Yo pensaba gastar todos mis duros en tu
cuello
Ni perder mi escasa fortuna en la
desgracia de una balanza ruinosa
con fantasma de crêpé y muselina
yo pensaba caminar de espaldas por el
mundo para poder saltar sobre tu lomo
de cierva y revolcarme enlodado hasta
la aurora.

Pero qué le iba a hacer si eras mi droga
sin receta, mi papeleta de sueño
piel del alarido
que nos queda dentro de
la risa que gastamos franca y rota

Sobre la ciudad sin beneficio

Sin caridad, con hambre y sin olvido.                         
4La ciudad era una
herida sobre la cara de un señora
hermosa.
Una balada de hielo
sin río, sin arteria
sin maletín de amor y sin un mapa.
Sin un cofre secreto, sin un amigo
canalla.

La ciudad sin ti, era
    desierto ruidoso de máscaras
        que flotan sobre una calzada
              de un café sin esperanzas y sin fuego.

Y luego estaba esa esquina tuya abandonada
sin pisadas,
llena de carteles contra una pared
cruda,
como sin un día hubiesen bombardeado
los
cánticos del recuerdo.                         
6Unas monedas no bastan.
No cortarán el cuello del silencio.
No abatirán la morada del recuerdo.
No limarán las asperezas del fuego.
Ni fundirán el hielo de un pozo seco.
Una monedas no bastan, no sobran, no
hacen falta,
era tu beso de dracma certero y ese canto
de dientes de ardilla urbana,
contra el mazo de rosas y el cemento.

Ahora que te has ido
las calles son lo que no fueron,
            el grito duro
el fuego del exilio y un trotar dentro del
hueco.

Y caminar dentro del ruido.

Y tambalearse dentro de la cartografía y
la nomenclatura y la oferta cultural

y el transporte y el deseo

y este teatro callejero sin máscara y sin
público.

No está tu voz y tu sollozo,  ese agonizar
de mujer en el ojal de un viento negro
        De un volcán alterado
                  De invierno de febrero.

Digamos que era mujer hermosa,
                  que venía del este
en donde han muerto los sueños
y en donde le colgaron una cruz a la
utopía.

Digamos que era mujer
con  cabello corto,  luna-punk
desmelenada,
que no hablaba nada
        de español,
que vino
a buscarse la vida y no encontró nada
sólo el amor.
Pero eso no importa
lo que importa es el poema
        herido, sin vuelo,
                  canción desolada en la calzada.



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