Seis años maldiciendo Aquellas bibliotecas murieron con mi calma.
Yo tuve que aprender los vicios incurables,
huir con los amigos.
Oh Diablos, los amigos.
Yo tuve los amigos más breves de este mundo,
de esos que se desprenden y llevan siempre un Dios
para no ser culpables,
y vi las bibliotecas más tristes de este mundo
pero se me hizo tarde para entender al fin que yo era
quien mentía:
no había que venir tan lejos por un libro
no había que romperse mirando el pizarrón de bordes
mal gastados,
el aire del maestro.
Dura expresión del agua,
no van a perdonarme seis años maldiciendo.
Yo hablé de las ciudades,
hoy puedo imaginar la edad de algunas casas
pero bien poco he visto,
yo sólo sé que al fin me voy de los pupitres
y ya no puedo dar con la verdad exacta.
Aquellas bibliotecas tal vez nunca existieron
quizás yo nunca fui la alumna necesaria,
pero qué mal maestro,
qué duro el tropezón con nuestros años breves.
Y yo, que aún creía
porque ya estaba lejos
juraba que sí había elegido las palabras.
¿Por qué este mal perdón para no desafiarme?
Seis años puede ser un tiempo indefinido,
la paz que se abandona,
vivir para saber que temo a cada instante.
Yo vi las bibliotecas más grises de este mundo
y juro haber soñado que huía para siempre.
En el sueño mis amigos gemían por no haber besado
otros lugares
y yo también gemía
pero ya había jurado escaparme para siempre.
¿Por qué tanto desorden,
qué gano con romper mi cuerpo en la aventura?
¿Y a dónde voy a irme,
qué salto puede ahora curarme del delirio?