Una mujer vendada, un hombre a tientas... A Matías y Anita
I
Él decidió quedarse a la intemperie.
Navega sobre la tímida balsa de sus pies
inmóvil, con los remos hundidos
en la madriguera de las brumas.
El no termina de caer.
Con los ojos cerrados entona una canción profana:
No me dejes amor
tan sólo quédate a mi lado
para ahuyentar las raíces sombrías
para matar las memorias de otras navegaciones.
Sólo tú puedes verme.
Tengo la boca helada.
Hay que arrojar el ancla.
¡Ven! Acomódate en mi sangre
que iremos al abismo, hasta la profundidad de las algas.
¡Ven! y quédate a mi lado para callar de una vez todos los pájaros
y temblar, temblar de amor
como un pétalo sagrado
hundido en lo profundo de la noche.
II
Ella decidió custodiar sus soledades.
Amor, estoy aquí, tejiendo lejanías
no puedes verme ahora.
Hoy es noche de dolor, hoy es de noche
pero yo estoy aquí tejiendo lejanías.
¿Recuerdas en las tardes el sol que se caía
como una manzana oscurecida
rodando por el tiempo?
¡Qué helada está tu boca!
Amor, me duele la noche, con tus ojos cerrados
por eso estoy tejiendo soledades
por eso estoy cuidando lejanías.
Como una campanada mi piel grita tu nombre
y mi boca enmudece.
Estoy aquí para custodiar tus soledades
para bajar al fondo de las algas
y temblar, temblar de amor
hasta que nazca la mañana.
III
Una mujer vendada, un hombre a tientas...
Soy un huerto secreto.
He de encender la lámpara.
Ha de brillar la puerta.
Mis labios naufragan en tu piel
hasta morder el ovillo profundo
tu secreta madeja de silencio.
Él decidió quedarse a la intemperie...
Ella decidió custodiar sus soledades...
Una mujer vendada, un hombre a tientas...
y el amor, el amor temblando
como una paloma oscura
guarecida en el alféizar.