Moverás Moverás
en el aire del verano la foto,
indagarás su nombre de mujer
hoy sepultado
a cuatro palmos bajo el suelo.
Puede la muchacha lucir un flequillo,
corre ella por el prado y
siéntase a mirarte; el café revuelve
humeante.
Al reir: la punta de la lengua.
Los ojos, espiando al sesgo, dejan ver
el borde de dorada
pupila
Ojos de ella para ser mirados, los miras
sabiendo
que hay aquí un feroz
malentendido
(pudiste haberla amado, tomar
su mano a la luz del
atardecer)
Va ella y viene sobre su bicicleta:
ágil rodilla, falda voladora.
y mirar juntos el álbum de tapas de
cartón
pesadas como el tiempo.
Mirar el mirar de la muchacha, frágil
como el tiempo
Mirar a ella que viene y va sobre
la muerta bicicleta.
Mirar el tiempo:
su aguja de oscuro
destejer. (a Luis Tedesco)
Si esta botella -o imagen de botella-
que una mano prensil pareciera elevar
ignora su esencia botella, desconoce
su destino
(el vino, cierto es, no bebe vino)
en antípoda rincón de la foto otras
manos reiteran el
ritual: alzan copas, brindis, café.
Añada usted a tal escena chambergos
roaring twenties,
cigarrillo pendiente de dos
dedos, inversos otros dedos
ciñen el talle de cimbreante hembra:
¿adónde hoy su sonrisa, collar
aguamarino,
terciopelo moldeando la cadera
y el varón que la ojea,
seda al cuello?
¿Mercedes Simone tal vez? ¿Alberto
Gómez será
quien ríe con bufanda?
Ha de hacer frío
en esta foto, vean: varonil chaleco
zorros
sobre turgentes formas. ¿Un viejo fuma
en pipa o es por pipa
fumado?
Sonríen ellos a la foto, al clic
de absurdo ayer
que –obstinado- querés tornar
presente (oscurecidas, ya,
las luces todas).
Entre sillas de Viena y espejos art-decó,
alegres de estar vivas
sonríen a la foto
las burdas calaveras. (a la pintora Stella Vergara)
Si se abalanzan todos con chambergos
-cintas negras, anchas copas, bombín-
mientras sus nervios, calando la gorra,
trémulo aquel vigilante apacigua
(gesto harto inútil ante tragedia tal
como ésta que enluta a chicos y a grandes)
torpe, trivial escena en que la parca
de pronto de un cantante se enamora
y lo abate sin darle ni preaviso
y el campo entero es cardumen de sábanas
debajo de las cuales yacen
mueren
mujeres y hombres secamente anónimos.
Y esto torne a ocurrir cada junio
(y un petimetre mirando a la cámara).
Mas, si usted vuelve atrás la manivela
la serranía límpiase de sangre,
dejan de arrojar fuego los aviones
y están a tiempo los protagonistas
de eludir la artimaña del destino
obviando así que radios y periódicos
proclamen con adolorido énfasis
lo que nadie ha aceptado todavía:
Murió Carlos Gardel en Medellín.
Si miras a tu alrededor
el banal ajetreo de
luces y de sombras
de ángulos y tangentes
que se funden
en una turbia vibración
sin sentido -o quizás
el sentido, al fin, se refugie
en el hervor de los minúsculos
cuerpos que nutren tales
formas-
si el discurrir del cosmos
al común entender desafíe
cuando tu hija
(a su vez, madre de hijos)
exhume
de algún mohoso archivo
tu imagen, e interrogue:
"¿por qué tuviste que morir?"
si se indignen parientes
y amigos
porque los señales con el dedo
o pretendas dictarles instrucciones
aun después de hundirte
bajo tierra
aun después de arder
como una tea,
obstinado en regir tu propia muerte,
rebelde al más básico urbanismo
insoportable
hasta en el
ataúd
Si a ésto llamas "ruidos de la noche"
significa que la
noche
ánfora es, desfondando
aguada de ruidos,
lecho pequeño es
para el fornicio de los ruidos
Si no te aterran ruidos de la
noche: no estás vivo
o, quizás, sólo seas inocuo
pretencioso
ser, sin -aún-
estar(a Juan García Gayo)