A los seis aÑos de tu perdida edad presionaste, airoso, el picaporte. Ante
tu mano: la puerta de infructuosa
habitación (prohibida).
Dentro de ella podrás adivinar
-quizás-
aquel perfil:
te impresionan su agobio, su
tristeza.
Han pasado tres o cuatro décadas.
Hoy, en torva pensión
de caína vida -por qué no: en
Tacuarembó- y
en el afuera: callejas
de tierra reverberante al sol
-tres perros gimotean
el tenaz acecho de tu espectro-
muy luego de cruzar a paso lerdo
el patio ensombrecido, y el viento en el
parral, y algún azul aljibe, sin saber
si abandonarte a la extinción o si
rastrear la hembra que permita olvido,
has entrevisto nuevamente aquella
puerta
de infancia
(tan soñada).
Contra el borde sombrío.
Adosada al dosel.
Y tu mano impulse -otra vez- la falleba. Y
la puerta empiece,
quizás,
a ceder.
Dentro: descifres un escrito en
clave oculta (tan y tan tu cara de
perfil).
Revélase allí tu cáustico final.
Se cerrará la puerta sobre tu
cara última: te impresionan su
agobio su
tristeza.(a Ketty Alejandrina Lis)
blancas cigueñas aletean
anhelantes
diez mil millones de kilómetros (abren el
piquito bébense
todo el aire) aletean
las cigueñas desde austria
al sahara
y agonizan de a miles de a
decenas
y es por ello que los dulces austríacos
quienes a mozart arrojaran
a la fosa común
han ideado -para las cigueñas-
reservas o santuarios de ecológica
concentración
tras las alambradas junto a torvas
casitas de hojaldre
allí: les tijeretean once plumas y ellas no
consiguen ya volar
hasta pasados cuatro años cuando estén
otra vez prontas al vía crucis
ah la blanca cigueña
blanca
tan igualita -salvo la ajorca de las
plumas- a
este bosnio cadavérico
pegado al alambre acechando la cámara
los rígidos terribles ojos fijos
en el campo de exterminio a sólo pasos
de una casa de hojaldre
o torva tumba
donde muerte da a luz y humea
salobre pánico
sobre
Sarajevo