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Los acordes de uppsala - Poemas de HÉCTOR ROSALES

Los acordes de uppsala

A través de los jardines de Linneo, arropado
por la espiral de un coro de hojas extrañas, atiendo
la íntima tonada que brota del entorno. Aquella
que se enrosca vagamente de las agujas (erguidas
centinelas, paralelas en severa belleza, pensativas
ante la ciudad) de Uppsala, de su espléndida Domkyrka,
Catedral sublimadora de perseverancias y fuegos.
En rojiza consonancia: la Universidad, nutriendo
con ancestrales notas pizarras también llenas de
presente, fragancia estudiantil tanteando desenlaces.
Estaremos unas horas. Un paseo rozando la calma
serpenteada del río Fyrisån. Más de una expresión local
bordea los arcos, ladrillos, estampas florales donde
las frases pueden ser fábulas diminutas, libradas
al paisaje, ajenas a sus dueños, que las reparten
espontáneos mientras giran la vida en bicicletas.
Caminamos entre una interrogante de algodón,
algo fijo en el país. (Ningún grito, ninguna estridencia,
ni siquiera un insolente improperio de automóvil
alteraron ambientes en la Suecia visitada).
Compitiendo autoridades, prominente sobre la colina
cuyas frondas rejuvenecen la procedencia de 1540
(iniciativa del rey Gustavo Vasa): el Castillo, este
Uppsala Slott que, aferrado a su gloria, nos contempla
subir y nombrarle. Ventanas por doquier (¿quiénes
quedaron temblando de nieve y nada, apretados
a los cristales, capturados para siempre en el reflejo?),
indiferentes ventanas, paredes que dialogan en secreto
con la Catedral, muros bermejos, rotundas torres donde
proyecto la voz (brasa que fluye) de Loreena McKennitt
bordando hasta las cimas "The Lady Of Shalott".
Me adhiero a esta canción, al círculo "The Visit" (Loreena,
su álbum, el hemisferio con vestigios de mi sangre
más remota); la escena incorpora ráfagas célticas, tramas
urdidas en alcobas de Camelot, tradiciones oriundas
de la niebla, versos de Shakespeare, de Enrique VIII, voces
y más voces poblando palcos, bodegas, pendientes.
Relaciones que se cruzan sin violencia en el ahora;
todos los nortes fusionándose, para soltarse llevando
retales de nueva historia.
Descendemos entre una interrogante de algodón,
algo fijo en el país. (Estoy seguro de que los montes
están escuchando, levantan un poco esos árboles y captan
las cifras que la tarde ordena en su escritorio).
Uppsala comprende. Discreta, ella pinta de bonanza
los anhelos de sus monumentos, y les riñe por las noches,
cuando tanto alumno es dormida disciplina.
Esos muchachos, finalizando abril (durante la fiesta
que los asocia), con antorchas encendidas y banderas
provinciales, marchan hacia el Castillo, iluminando
la llegada primaveral y la savia sueca repartida.
Noche Walpurgis, le llaman. Intento vislumbrarla
faltando meses para ella, en claro día, volviendo de allí.
(Entonces los acordes, la emoción de nostálgicos maestros,
el vino patrio corriendo hasta la risa del alba, mojando
la interrogante de algodón, encendiéndola).

A través de los jardines de Linneo, bajando
hacia la estación, hacia la capital, hacia el regreso
sentí que una tenue flama se instalaba en mi maleta,
una simiente semejante al cariño, a la nube terrestre
que sigue ardiendo en parajes cubiertos por la lluvia,
algo que late y que llevo, algo que ya
no está fijo en el país.



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