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Ni rematadamente solo ni perdido - Poemas de Ernesto San Millán

Ni rematadamente solo ni perdido

Se lo ve de pie ante la tarde,
con su frágil cuerpo incólume,
atravesado por un rayo de luz.
Depende, de leyes generales,
y su lógica de príncipe,
resiste, la fría hendidura del cuchillo.
El rigor del invierno es su único temor.
La atávica mirada del verdugo,
que se parece al hombre con su mirada obtusa
y su crueldad feroz.
Yo lo miro de lejos, lo estudio, lo provoco,
y él se limita a mover, en un péndulo de aire,
su follaje verdoso, sus vainas alargadas.
Mi corazón quieto, que reposa en el llano,
de pronto se ha vuelto más humano.
Le gustaría columpiarse en su esplendor.
Adquirir su templanza, su paciencia de voces,
su quietud infinita de silencios fugaces.
Afuera están los bancos, los ministerios y los cheques.
Los besos y las cárceles
y a veces hay trabajo, y a veces hay amor.
Y seres taciturnos sin grandeza ni ideales.
Afuera está la guerra, con sus sombras de niebla,
con su montón de huesos y argumentos,
y sus falsos profetas de un mañana mejor.

Pero mi fibra óptica del alma,
apuesta a ese arbolito.
Estoy desesperado y lúcido
como un cordero berreante entre la noche.

Es todo lo que tengo.

En ese jacarandá está mi futuro.
En ese azul violáceo mis hijos y mis manos.
Allí dormirá mi monstruo de algodón.



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