Poemas » arthur rimbaud » adios

Adiós - Poemas de Arthur Rimbaud

Adiós

              ¡Ya el otoño! —Sin embargo, por qué añorar un eterno sol, si
        estamos empeñados en descubrir la claridad divina,— lejos de los que
        mueren con las estaciones. Otoño. Nuestra barca, alzada en las brumas
        inmóviles, se orienta hacia el puerto de la miseria, la enorme ciudad
        del cielo manchado por fuego y lodo. ¡Ah, los andrajos podridos, el pan
        mojado en lluvia, la ebriedad, los mil amores que me crucificaron!
        ¡Jamás terminará pues, esta reina devoradora de millones de almas y
        cuerpos muertos y que serán juzgados! Vuelvo a verme, carcomida la piel
        por el fango y la peste, cabellos y axilas repletos de gusanos, y más
        gusanos todavía en el corazón, yacente yo entre desconocidos que no
        tienen edad ni sentimiento... Hubiese podido morir...

        ¡Atroz Evocación! Execro la miseria.
        Y temo el invierno porque es la estación del confort!

              A veces veo en el cielo playas sin fin, cubiertas de blancas
        naciones jubilosas. Un gran navío de oro agita, por encima de mí, sus
        pabellones multicolores en las brisas de la mañana. Yo creé todas las
        fiestas, todos los triunfos, todos los dramas. Procuré inventar flores
        nuevas, astros nuevos, carnes nuevas, idiomas nuevos. Creí adquirir
        poderes sobrenaturales. ¡Y bien, debo sepultar mi imaginación y mis
        recuerdos! ¡Hermosa gloria de artista y de narrador perdida!

              ¡Yo! ¡Yo que me califiqué de mago o de ángel, dispensado de toda
        moral, soy devuelto a la tierra, para que me busque un deber y abrace la
        rugosa realidad!
              ¡Campesino!

              ¿Estoy equivocado? ¿Sería la caridad, para mí, hermana de la
        muerte? En fin, pediré perdón por haberme nutrido de mentiras. Y
        andando. Pero, ni una mano amiga! ¿Dónde obtener ayuda?

              Sí, la nueva hora es, por lo menos, muy severa.
              Porque puedo decir que obtuve la victoria: el rechinar de
        dientes, los silbidos de fuego, los suspiros pestilentes, se moderan. Se
        borran los recuerdos inmundos. Mis últimos pesares se desvaneces —celos
        por los mendigos, los Bandoleros, amigos de la muerte, los retrasados de
        toda especie.— Condenados, ¡si yo me vengara!

              Es preciso ser absolutamente moderno.

              Nada de cánticos: conservar lo adelantado. ¡Dura noche! ¡La
        sangre seca humea sobre mi rostro y nada tengo por detrás salvo ese
        arbolito horrible!... El combate espiritual es tan brutal como la
        batalla entre hombres; pero contemplar la justicia sólo es placer de
        Dios.

              Entretanto es la víspera. Recibamos todos los influjos de vigor y
        de real ternura. Y en la aurora, armados de ardiente paciencia,
        entraremos en las ciudades espléndidas.

              ¡Y yo hablaba de una mano amiga! Es una buena ventaja poder
        reírme de los viejos amores engañosos y cubrir de vergüenza a esas
        parejas mentirosas —he visto allá el infierno de las mujeres;— y podré
        poseer la verdad en un alma y un cuerpo.



POEMAS
© TusPoemas 2008.