El deseo de la palabra La noche, de nuevo la noche, la magistral sapiencia de lo oscuro, el
cálido roce de la muerte, un instante de éxtasis para mí, heredera de
todo jardín prohibido.
Pasos y voces del lado sombrío del jardín. Risas en el interior de las
paredes. No vayas a creer que están vivos. No vayas a creer que no están
vivos. En cualquier momento la fisura en la pared y el súbito
desbandarse de las niñas que fui.
Caen niñas de papel de variados colores. ¿Hablan los colores? ¿Hablan
las imágenes de papel? Solamente hablan las doradas y de ésas no hay
ninguna por aquí.
Voy entre muros que se acercan, que se juntan. Toda la noche hasta la
aurora salmodiaba: “Si no vino es porque no vino”. Pregunto. ¿A quién?
Dice que pregunta, quiere saber a quién pregunta. Tú ya no hablas con
nadie. Extranjera a muerte está muriéndose. Otro es el lenguaje de los
agonizantes.
He malgastado el don de transfigurar a los prohibidos (los siento
respirar adentro de las paredes). Imposible narrar mi día, mi vía. Pero
contempla absolutamente sola la desnudez de estos muros. Ninguna flor
crece ni crecerá del milagro. A pan y agua toda la vida.
En la cima de la alegría he declarado acerca de una música jamás oída.
¿Y qué? Ojalá pudiera, vivir solamente en éxtasis, haciendo el cuerpo
del poema con mi cuerpo, rescatando cada frase con mis días y con mis
semanas, infundiéndole al poema mi soplo a medida que cada letra de cada
palabra haya sido sacrificada en las ceremonias del vivir.