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Monte albÁn aquÍ - Poemas de SAÚL IBARGOYEN

Monte albÁn aquÍ

Mi nombre me separa de las reiteraciones de la gente
de aquellos que hicieron sonora esta presencia hasta
aquí.
Me aparta de los muebles que ladran cada noche
de los sordos pañuelos
de los espesos granos de esta sopa de cuitlache
del esmog que se va.
Me regresa hacia la sangre que falleció con la madre
tan desmemoriada de los nombres de su hijo final.
Me aleja de las manos de líquida mujer
de las movedizas lenguas de muchacha
de la frente de una musa arrodillada
que mojaron a fuego las raíces de barro y de maíz
de las ingles los tendones y los huesos.
Me desgarra ahora de la blancura del sol de Monte
Albán
contemplada así desde otras alturas y distancias
neblinosas de tequilas y de rones.
Me hace otro en mí mismo
ese otro que no siempre es totalmente nombrado
porque una parte sonidosa del nombre queda intocada
y un silencio de adentro de las letras
no destroza a tiempo sus cáscaras.
Me reemplaza con los golpes de un aire humanizado
agrio de rumores
acidoso de tonos y secuencias
maloliente de viejos desayunos
regurgitante de gritos y mandatos
espumoso de espermas deshaciéndose.
Me desprende de la pulpa del mundo de aquí
para que yo sea un sistema de juegos de gajos
y de jugos personales y distintos
una flaca fruta de pellejas abiertas y semillas parlantes.
Me empuja hacia mí cada día miércoles
que hoy día jueves será
entre la polvazón iluminándose
que recorre las tumbas de oro despojado
los verdes negrores del inmedible laurel
las energías azules de aquella Jacaranda
las bugambilias cuyos rojos impulsos morados y
amarillos
entremezclan su luz y se deshacen.
Me destituye de las sábanas antes de que el suero
y los orines y la burbuja original
se evaporen en un quebrado petate

o se hundan en un colchón de lana cocinada.
Me sustituye cuando alguien lo nombra sin mi cuerpo
cuando pone entre sus dos sílabas
la palabra memoria y la palabra deseo
cuando otra alguien lo menciona
con el miedo vivo de mezclar con su voz
el nombre de esta voz que le da
su nombre cierto y suyo y su ausencia indecisa.
Me confirma en la continuidad del viento que llega
hasta mi sombra de aquí
desde el lugar donde otros vivientes enterraron
a sus íntimos muertos
donde la fuerza blanca del sol borrará mañana
los hilos y las telas de esta figura
de bicho vertical al mediodía.
Me asegura adentro de la piel que se multiplica
como las escamas de la niña serpiente en su huevo
como los labios de los embriones de tiburón
que se tragan a sus hermanos sin nacer
como los pétalos de aquel zanate que fallecerá
antes de que su vuelo oscuro se acabe.
Me rechaza de esta ligera formación de brillantes
proteínas
de mínimas grasosidades
de refulgente calcio
como las respirantes piedras que no pueden capturar
los pedazos saliéndose de su encorpadura
y que llamamos polvo
y que serán siempre una propia sustancia cambiante
de piedra.
Me expulsa de mi viaje por la república
de los siete señoríos de Oaxaca
como de una vereda que los ríos de esta primavera
construyen para renacer bautizándose
en sus interiores aguas de hierbas y arenas polvorientas.
Me excluye de las habitaciones
donde briznas de ceniza reposan y donde las arañas
recogen sus tiendas de salivas estériles.
Me quita de mis sombrías sudoraciones
de las gelatinas que protegieron a una forma naciente
del ronquido inicial en un idioma intraducible
que no es de flemas ni de gorgoteos ni de llanto.
Me despega de los secos espacios de Monte Albán
de la columna solicitada por las manos
que no podrán recibir las hambres transparentes
de los astros del alto día ni los humos y cuchillos
que levantan los alucinados colores del copal.
Me coloca fuera de todos los vientres
lejos de las habitaciones despadradas
de las escaleras inéditas
de los patios quemados
de los retretes insondables
de las olientes cocinas donde respiré así
conmigo contigo con otros con más otros
con menos yo y con nosotros.
Me pone entre papeles permisos pasaportes
entre fichas tarjetas facturas y máquinas
como pedazos de árbol aplastados
por palabras extranjeras en su tinta.
Me mira mi nombre
reconoce en mi límite los poros del cielo
los sudores inertes que se alzan de los pies
que aquí danzaron
de los torsos y piernas que dieron cauce
a la esfera del mundo.
Mi nombre mío "en mí"
y en su propio silencio
me contempla desde la humedad de sus signos primeros
y se mete en los ojos pulverizados
por imágenes que estaban en las recámaras fetales:
míralas tú también aquí
y en el allá de acá
en medio de los espacios encenizados de Monte Albán:
¿puedes ver una figura de hombre ancianísimo que
descansa
a la sombra acelerada de las hormigas
encerrándose en su ardida color?
¿puedes ver la panza del niño que enflaquece
pues no hay dóciles frijoles
ni tetas suficientes?
¿puedes ver al hombre que moja su lápiz o su pluma

o sus teclas en los océanos de la entreverada atmósfera
por donde se trasladan el empedrado polvo
y los pintados adobes de Monte Albán?
Mírame tú también tú que entraste
con ademán imparable en estas reiteradas palabras:
camina por lo tanto
desde el peso de tu ropa y tu pañuelo
sube los verdes peldaños de la piedra
pon el pie extendido sobre vasijas y cacas sepultadas
permite que una brizna de ahuehuete sea labor
de insectos conocidos y gusanos
chupa por boca sobacos pescuezos y entrepiernas
el mar sin medida que viene
de los movientes valles y las playas negras
deja que tus materias cotidianas
te abandonen y se borren en los blancos hervores
donde crece la agrietada violencia de la tierra.
Mi nombre no es parte de estos apellidos
que una tribu o familia o nación invoca
con su escudo sus emblemas y sus armas.
Mi nombre al ser nombrado se divide
de rostros desfibrados insistentes
de pieles ajustándose como mejillas y orejas
y narices y dientes de caretas pintarrajeadas

o antifaces gastados por súbito sudor
o caras que ensuciaron la pared
con su ilusión de máscara carnal.
Nómbrame ahora tú con las salivaciones
de los ancestros de los abuelos
de la madre y el padre de tu primer corazón.
Nómbrame con los vapores que balbucean
en la tripa más inferior
dame cifras y sonidos desde aquí
donde los cadáveres de los elotes y los mangos
se transforman en ombligos cercenados
entrégame con el puro gesto de una boca más nueva
el tamaño de cada lugar que es más pequeño
que las vibraciones de la simple letra que contiene
ábrete al grito que cruje debajo de tu lengua
suéltalo entre los ácidos hálitos
de tu almuerzo de ayer:
todo alcanza un sitio aquí
toda madera se encuentra con su árbol
toda sílaba se junta con su sombra
todo huarache con su paso primordial
todo nombre se organiza en tu garganta
toda piedra enciende tus caminos
en los aires blanquísimos
de todo Monte Albán.



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