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Una forma escapada - Poemas de Ronel González Sánchez

Una forma escapada

por Ángel Escobar
para Alberto Figueiras

Siempre supuse mi fuga a la sombra de las constelaciones.
En el ruinoso balcón, donde cada noche urdo una historia
inefable, observo las perdidizas formas que acentúan mi distancia
y planeo integrarme a la eternidad, pero no logro sobreponerme
a existencias remotas, que como chinescas
figuras decadentes, multiplican mi horror y mi desánimo. Sé
que en un espacio como éste, alguien antes de mí fundó el
desasosiego y el desamparo; alguien creyó poseer las energías
que ahora me impulsan a saltar, a fundirme con la indiscreta
eversión que es el asfalto, y esa sola razón me transfigura en
un díscolo propietario de lo absurdo, según he creído escuchar
desde lo umbrátil.
Llevo estaciones describiendo los mismos desaciertos y no
entiendo esta fidelidad al rito. Busco, en vano, una palabra,
una instancia perteneciente a lo improbable; la silueta intangible
que se consume al doblar la cuartilla. Naturaleza absorta
vagando por las lindes de una memoria imposible cuyo
fin es la noche y su principio el agua por habitar, monótona;
descendiendo, impertérrita, de las perdidas fuentes a las
Fuentes, el poeta retorna a su orfandad, en un segundo órfico,
y se apresta a dar caza a la ilusoria palabra escurridiza que
acabará cegándole, a la intemperie de sus dudas, que son su
única patria de inestable fulgor. El seco golpe de la mano en el
agua, la lasitud de lo semejante que se extingue, una vez imagino
cómo caen los cuerpos en el pandemónium de la avenida,
me devuelve al discreto ejercicio de pergeñar las sílabas de la
salvación, proclive al caos y al espejismo, que nada le aporta
al aislamiento del que se inventa estrategias para sostener códigos
de discutible novedad o simples pretextos para detener
su fuga, a la permanente sombra de las constelaciones.
Si no hubiera creído en la extratemporalidad de los nefastos
círculos, que se abren y cierran ante mí, podría aspirar a un
instante de lucidez. Se enturbian las ondas con frecuencia y
audaz es el impulso. Escindir el desequilibrio permite
diatribas contra mi alteridad, pero no distancia suficiente para
intuir el valor de pactos con las endemoniadas resonancias.
Alguien, antes de mí, traza en el agua símbolos que no impiden
su comunión con la sospecha, y se aproxima como impróvida
forma, una forma escapada de los límites de la
molicie, donde estoy siempre aproximándome a los bordes
de la devastadora infancia que es el desconcierto, todas las
noches sicofante noctívago, tumulario en potencia, soportando
el indescifrable horror a la abducción que me deja la altura.



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