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Regreso a canaán - Poemas de Ronel González Sánchez

Regreso a canaán

El río de mi infancia corre hacia el Infinito
entre las ceibas de la Creación,
y en su lento fluir
anuncia la plenitud con ardua resistencia.


Sólo las aguas se dividen en pos del Nuevo Mundo
bajo los designios del Poder. Sólo las islas, separadas,
vuelven a la corriente
donde una voz confunde los idiomas
y murmura que estamos en Sah,
a la sombra de las constelaciones. En la noche sin término.


Mi Padre nombra con serenidad las criaturas boreales:


«éstos son la Serpiente, el León y el Cordero».


A pesar del agua que la oculta,


junto a la luz está jaibit.


Lo increado desciende como un pacto,


río abajo del tiempo que el dios Tchetta destruye.


«La corriente es eterna» —escribo en las paredes

  de Duino o de Bierville—

y contemplo mi rostro sobre la piel del río.

Mi rostro Narciso deforme al amparo del dios.
Cierto que voy hacia la oscuridad
pero, ¿acaso Alguien pudiera remediarlo?
¿Sabe mi Padre cómo detener la violencia sin límites?
¿Existe alguna puerta para cruzar,
lejos de la penumbra que a veces nos embarga,
entre cerros de lánguida ceniza?


Río que matinal atravesaste mi ciudad inocente:

éste es el primer día y, sin embargo, llega la edad última,

entrevista en las páginas de la inmortal Sibila,

sobre los remolinos

que deshizo mi infancia en Canaán.

Éste es el primer día,

junto a los algarrobos de mi pueblo

y las piedras no removidas de la orilla,

nube congelada que avanza hacia el principio

donde estuvo el final, la llama apocalíptica.

Ya que todo comienzo es un resumen.

Estamos en Orión.

Mecenas escucha mis epodos

y levanta sus frutos el estío:
«Beberás en pequeños vasos el vino común
de la Sabina
junto al río vidente».



Nosotros interrumpimos el obrar de los dioses,
escribimos decálogos, para justificar las leyes
y las súplicas,
pero tenemos el Flégeton,
la sombra del perdón siempre a nuestras espaldas.
Estamos en Orión. Arrastramos un arca a expensas del diluvio
que invade nuestros cuerpos. Por un arroyo breve


  buscamos el Océano,
los trenes de la infancia salvados del peligro.


La más alta bondad es como el agua.
La bondad del agua consiste en beneficiar todas las cosas,
incluso a las criaturas
que las palabras no alcanzan a nombrar.
Oh Mecenas, hemos perdido la última de las rutas a Eleusis.
El rebaño desprecia mi oración sobre la faz del Arbia.
¿Para qué sirve la escritura
si los jóvenes odian el caramillo que nos conduce al Templo?


Oh Mecenas, hemos perdido la última de las rutas a Eleusis.


Como un edimmu escribimos epopeyas
sobre el horror del polvo,
para reconocer la hondura de las formas.

Nada me reconforta, es cierto,
pero en la noche germinativa
rememoro existencias pasadas
y el cielo se transforma.

En la noche sin número estaré, perpetuándome.
Escucho el ruido del torrente y me adentro

  en las sombras.

No sólo el claro día hace salir el áspid
porque en silencio escucho su rumor.

Densa es la música que acentúa las pérdidas
e inaugura milagros.

Impávido el río detiene la voz de un Ser pardo
y ajeno
en la falsa época de las reiteraciones.
Avanza la oscuridad, como el mar que se abre,


  y da paso a las máscaras.
Hacia el Este, unos seres alados custodian el camino
del Árbol de la Vida.
El río se bifurca en arnos de silencio.

Nada resulta insustancial.
La niebla indica la presencia de un Reino impenetrable
más allá de la cumbre difusa de una torre.


¿A dónde iré en esta noche vacía como el mundo?
¿A quiénes acudir que no sean las siluetas


  de mis propios recuerdos?

He perdido las llaves de la memoria
en una calle oscura.
Conmigo viajan la destrucción y el miedo,


la tempestad y el odio.

Padre: ¿hacia dónde me llevan estas aguas?

El río de mi infancia corre hacia el Infinito

  como un bajel de sueño
y en la hora perpetua, de no saber que es muy leve
su tránsito,
Alguien arroja una piedra al erizado curso
como las cartas de salvación, que sólo un día
reciben las manos ateridas, las manos de Dios, frente
a la inmensidad
que no promete recompensa.



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