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Cuando cogí un carboncillo para una alabanza suprema... - Poemas de Osip Mandelstam

Cuando cogí un carboncillo para una alabanza suprema...

Cuando cogí un carboncillo para una alabanza suprema,
para el gozo del dibujo inmutable,
con inquietud y cautela
marqué en el aire ángulos de malicia.
Para replicar a los trazos
crucé con audacia las fronteras del arte,
conté que el eje terrestre se movía,
y honré las costumbres de ciento cuarenta pueblos.
Levanté el carboncillo hasta las cejas,
y lo alcé de nuevo, de otro modo:
Es evidente que Prometeo avivó el fuego:
¡Contempla, Esquilo, cómo al dibujar lloro!

Tomé algunas líneas estridentes
de su juventud milenaria,
uní el coraje y la sonrisa,
y los diluí en una débil luz.
Para el hermano gemelo, no diré de quién,
hallé al acercarme esa expresión
en la amistad de los ojos sabios.
En ella, en él, se reconoce al padre
y se desea sentir la cercanía del mundo.
Quiero agradecer a las colinas
por dar impulso al hueso y al pincel:
Él nació en las montañas y conoció la amargura de la cárcel,
quiero llamarle no Stalin, sino Yugashvili.

Pintor, cuida y conserva al guerrero:
Rodea su figura de un bosque de coníferas húmedo y azul,
con sudoroso cuidado. No amargues al padre
con una mala imagen o una idea insuficiente.
Pintor, ayuda a quien está contigo
y piensa, siente y construye.
Ni a mí ni a otro, sino a él, quiere el pueblo,
el pueblo, cual Homero, triplica la alabanza.
Pintor, cuida y conserva al guerrero,
el bosque de la humanidad tras él camina y se espesa—
El porvenir es la hueste del sabio
y le escucha atento, sonriente.

Él se inclinó desde la tribuna como desde una montaña,
sobre un cerro de cabezas. Deudor de la demanda más fuerte,
sus ojos poderosos son decididamente buenos,
sus cejas espesas iluminan a alguien de cerca.
Y yo quisiera mostrar con una flecha
la dureza de la garganta del padre de habla obstinada—
sus modelados, difíciles y empinados párpados
trabajan desde millones de marcos.
Es abierto y tiene la voz de cobre
y el oído avizor, que no se pierde en la sordina.
Están dispuestas a vivir y a morir por todos,
y corren y juegan, las hoscas arrugas de su frente.

Con mano ávida, como un grito,
con mano voraz, como un eje,
aprieto el carboncillo en el que todo confluye
y lo desmenuzo en busca de su rostro.
Aprendo de él, sin aprender de mí
aprendo de él, sin conocer la gracia.
¿Acaso las desgracias recortan el gran Plan?
Lo descubro en la vida azarosa de sus vástagos.
Quizás aún no soy digno de tener amigos,
quizás no estoy lleno de cólera y de lágrimas.
Él me asombra con su capote, su gorra.
Y sus ojos felices en la maravillosa plaza.

La montaña se separó de los ojos de Stalin
y a lo lejos entornó los ojos la llanura.
Como un mar sin surcos, como el mañana del ayer,
desde el arado hasta los rayos del sol
se extiende el titán.
Él sonríe con la sonrisa de un segador
y conversa con un apretón de manos
que comienza y dura sin fin
en el campo abierto de las seis promesas.
Y cada era, y cada gavilla
es fuerte, prieta y sabia como la vida.
¡Asombro del pueblo! ¡Ojalá viva muchos años!
Da vueltas la rueda de la fortuna.

Guardo seis veces en mi conciencia
al lento testigo del trabajo, de la lucha y la siega.
Su gran marcha a través de la taiga
y el octubre de Lenin hasta la promesa cumplida.
Se aleja el cerro de las cabezas de la gente,
y yo, empequeñecido, me uno a ellos y ya no se me ve.
Pero en los tiernos libros y en los juegos de los niños

resucitaré para decir cómo brilla el sol.
La única verdad veraz es la sinceridad del guerrero.
Para el honor y el amor, para el aire y el acero
hay un nombre de gloria para los potentes labios del lector.
Lo hemos oído y encontrado.



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