Diálogo inconcluso (por qué y para qué, madre) Por qué madre, para qué, estéril la pregunta,/
un yelmo fantasmal vacío, llena la espectral figura,
por qué, para qué, para qué si contestar no puedes,/
un enviado a este país de sombras, por excesiva luz,/
a este país de arena y agua y llanurales/
con excesivos verdes, tormentas y rayos, y vaciado
de todo/, con el alma aherrojada por diminutos duendes,
y engañosos daimones, / para qué la pregunta,
para qué si así deyecto entre futuras ruinas y silencio,
y torva soledad de turba, por qué a mí, por qué así/
aherrojado a finitud y muerte/ de la madera de los sueños
hecho/ así y aquí, / expuesto desde siempre/
a gravosa penuria que invade este país de nada /
nada, nada, / más que memorias espectrales,/
y el abandono de sentir la pena de una eterna deriva /
este cuerpo de humo que los espejos
/ de repetidas pesadillas no reflejan/ cuerpo ya
abandonado por el cuerpo / y aun así, preguntando,
/ por qué, y para qué madre/ de aquel hilo de luna
del mayo que pasó/ entregada a las aves nocturnas
y a los linces, diste parte de mí, a los brazos
de un hombre / vacío de pasiones, abandonado, /
y sólo sostenido por el diurno celo de tus manos,
en el aire deste país que gime la noche
en que gestaste una alada pregunta,/ sin más peso
que el leve soplo de la informe Gorgona/ que ha convertido
en piedra y en espera de nada, nada/este nombre
que luego abandonaste a la intemperie insana
de la palabra/ a la llama que convierte en ceniza/
al abismo donde habita el infierno de los otros/
presos de la bárbara nada, nada, nada/ por qué
el beso, la pasión, la ternura/ para qué la estrecha
puerta por donde se entra a la nada del Otro/
a las puertas cerradas del infierno del Otro,/
oh madre/ de muerto sí, aquí, así/ en este
continente donde reinan la nada y los dioses han
muerto/ como yo/ como tú/ y ni las huellas quedan
de las vagas promesas de los días radiantes! /
ay, no, no buscaré la sangre, me iré, me iré,
sin molestar al viento ni a los árboles/ sin que la
nada sepa que me espera/ y dormiré milenios/ sin
que nadie me llame/ y tú madre/ ya no podrás
llamarme ni en los sueños/ porque toda ceniza/
se confunde solísima a infinitud, en este camino/
que se aparea con el viento.