DÍas de 1909, 1910 y 1911 Era el hijo de un marinero indigente, de una isla del Egeo.
Trabajaba para un herrero y vestía pobremente.
Sus zapatos gastados, sus manos manchadas de orín y de aceite.
Al caer de la tarde, cuando cerraban la fragua,
si algo deseaba, una corbata cara, digamos,
una corbata para los domingos,
o si en una vitrina había visto alguna bella camisa,
por uno o dos taleros ofrecía su cuerpo.
Ahora me pregunto si en los tiempos antiguos
tuvo Alejandría, la gloriosa, un joven tan apuesto
y tan bello como este que perdimos.
Nadie hizo, por supuesto, su estatua o su retrato.
En aquel astroso taller, entre el calor de la fragua
y el penoso trabajo, entre el deleite y las pasiones,
terminaron sus días.