Me senté sobre mi siglo Me senté sobre mi siglo y ordené una Coca-Cola. Es terrible llegar
al final del siglo de los refrescos con esta infinita sensación de sed.
El siglo veinte es un vasto desierto de pozos de petróleo. Perforé
el suelo de mi tierra, mas lo que me salió fue un borbotón de
poemas.
Esta noche tuve una pesadilla. En mis venas, no corría sangre, era
petróleo. Y acababa yo de descubrir un pozo de sangre.
Einstein fue una especie de luciérnaga verde fosforescente, una de
las raras personas poseedoras con luz propia en un siglo donde la
mayoría tanteaba (y tantea aún), en lo oscuro.
Mi siglo no llegó a andar a gatas. Con ocho años ya se arrastraba
por las minas de carbón; poco tiempo después combatía en las trincheras.
Y las únicas lágrimas que le vi llorar, fueron las de los gases
lacrimógenos.
La mejor manera de conocer mi siglo es en góndola.
Cada vez se apodera de mí la convicción de que la salvación de mi
siglo pasa por la salvación de Venecia, si es que no son una y la misma
cosa.
Se aproximan épocas de gran religiosidad. Para prepararme yo voy
cultivando religiosamente la cera en los oídos.
Todas las personas dejan una marca indeleble en el siglo por donde
pasan, una pisada en la arena o el nombre escrito en letras de oro en el
pedestal de las estatuas. La única marca que yo quiero dejar, es un
pequeño mordisco detrás de la oreja.
Me senté sobre mi siglo y pedí que me trajeran una Coca-Cola...