Xvi A veces —no sé cuál
astronómica razón la provoca—
baja a visitarnos blanca
como una hostia a punto de comulgar,
la Luna: Plato inmenso,
se posa
humilde en la cima de alguna montaña
y desde allí proclama su accesibilidad
por varios días.
Ocurre entonces
que todo el paisaje es ella:
Luna gobierna sobre todas las casas,
sobre todos los árboles y todas las montañas
que luego la noche se encarga de borrar
sin detrimento alguno.
El propio cielo nocturno se vuelve azul
con su presencia, nosotros mismos
otros tal vez, pero cómo saberlo
si unos días más tarde Luna
se va y nos deja sólo la respuesta
de otra pregunta que nunca supimos formular.