Iv leyenda "De estos condados no le llegaron modelos ni a
Michelangelo ni a Praxiteles. Ni estos pueblos
conocieron nunca sus estatuas: sin poder contemplar
otro cuerpo o imagen que el de su esposo durante el
coito, las mujeres sólo lograban concebir después
empeoradas versiones de ellos mismos, aun de mayor
espanto y desproporción.
A estas tierras jamás llegaron, en cantidad hoy
día acariciable, ni los nostálgicos moros ni los
respingados etíopes a reformular, con perfumes ajenos y
dimensiones inéditas, la malhadada raza: ésta quedó en
sí misma, espejeándose, si cóncava si convexa, hasta el
agotamiento.
Nadie obligó nunca aquí a abrir más las puertas de
las casas, las piernas de la Aurora, los labios de la
vida. De la excesiva selva, de los bazares de esencias
y sus profundos olores, sólo sabían lo que de forma
antiséptica se decía, a veces, en la radio y la
televisión.
Y las mujeres seguían sin tener qué mirar.
Fue entonces que el paisaje decidió compensarlas
repartiéndoseles en cientos de vividos colores: al
anochecer, mientras los hombres hacían su mínima
ejecución sobre ellas, los ojos de las féminas
escapaban de su escasa costumbre y se lanzaban a
contemplar los arduos, los grandiosos amarillos y rojos
y naranjas por todo el firmamento de su nueva piel
derramados.
Casi podría asegurarlo: sobre estos desiertos no
hablaron nunca los griegos ni los cubanos."