Replicante La advertida campana fabular de las ocho y media
rebotaba en los carteles de neón
ordenándonos vivir.
Detenida en mi sorpresa
miro pasar fascinada
la suntuosa sonrisa de April Siddons,
mi monstruo predilecto.
Como al ralentí desfilan sobre los adoquines
—y quizás para mí—
las piernas larguísimas y perfectas
que pudieran bastarse por sí solas
para hacerme recordarla eternamente.
Otra hubiera querido morir,
cerrar los ojos.
Paseantes nos cruzaron por los lados
ajenos al secreto flashazo
de la que vio a los inmortales descendiendo.
Otra hubiera dicho basta o suficiente
pero soy yo quien te está mirando,
April Siddons que tuviste suspendido el tiempo
y ahora
como el gato de Cheshire te vas
para dejar flotando sobre un parque circular de Santa Clara
la sugerencia ambigua de tu boca lujosa.