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Carta al diablo - Poemas de Henry Luque Muñoz

Carta al diablo

Ella debe ir como una sonámbula...
Vinicius de MoraesTe escribo a tu mansión de tinieblas
para contarte lo mucho que sufro sin ella.
Por consejo de tu azufrado pensamiento
la busqué y la hice mía
en un lecho, no de jazmines
sino de estrellas reventadas.

-Hasta los símbolos del cielo fueron cómplices,
azules cómplices de esa locura-.

Tú que hiciste florecer en mi mano
una rosa ensangrentada
para que la pusiera por donde cruza su huella,
sabrás cómo devolvérmela,
pues ella se ha ido
y cuando partió ni siquiera miró hacia atrás
para ver cómo me convertía en estatua de ceniza.

Cierra con tu asombroso tenedor
los párpados de los que pasan por su lado.
Que nadie la contemple
como no sean los ojos,
los terribles ojos de mi ausencia.

Haz que cuando se enfrente a los espejos
no vea su rostro sino el mío;
pon una lágrima de fuego en su mirada
para que sienta una gota del mar de lava que me azota.
Pero no la dejes sufrir, Señor:
si tropieza en el camino
tiéndele tu invisible capa roja
para que caiga no en el infierno del desvelo
sino abrasada en mi delirio.
Hechízala metiendo en su bolso un ruiseñor
que en cada pluma lleve grabado
el verso mío para su corazón escrito.
Entra en puntas de pie a los pasillos de su sueño,
píntale los muros del color de mi zozobra,
y si escapa,
muéstrale mi cabeza cercenada
en un plato de olvido.

Viértele en el jugo del amanecer
tus imponderables sales maléficas,
de tal modo que odie para siempre
el sabor de su lejanía.

Señor: ella debe estar leyendo ahora
un libro para vaciarme de su pensamiento,
arráncaselo de sus uñas con tu satánica suavidad;
haz que el silencio
le susurre mi nombre a su oído
y que su saliva le recuerde mis besos.

Pues sin amparo y sin estrella me refugié en su lengua,
su desquiciada lengua
en la que escribí con sangre.
Ella habrá roto mi fotografía en mil pedazos,
reúnelos, Señor,
y arma una luna que se asome a su quebranto.

En ella germinan ligeros decaimientos,
es entonces cuando tu aliento de abismo
puede alcanzar las cumbres:
que si hay candela en su garganta,
sienta que una ráfaga de abandono
sube desde el corazón
a poner explosiones de tos en su vida;
que si un vértigo atraviesa sus entrañas
sienta que es el huérfano
que esconden mis desvelos.

Yo sé que tardíamente concilia el sueño,
transfórmame en la luz de su lámpara,
en el agua que pasa por su cuerpo
cuando se levanta.
Y deja que apoye mi desamparo
en el filo de sus dientes,
que yo sea las palabras
que entran y salen por su boca.

Señor de las Tinieblas: déjala orar,
déjala que se hinque de rodillas
bajo el cielo,
no la martirices en ese instante
furtivamente pecaminoso,
pues nuestro amor es tan grande
que desde la eternidad vendrán los bienaventurados
a aprender cómo se ama con loca ceguera
en este infierno de ausencia.



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