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Piedra - Poemas de Francis Sánchez Rodríguez

Piedra

sólo tienes tu mente, el fondo de la cueva. sobre ese
calidoscopio de eclipses esbozados por un sueño flamígero,
debes ir dibujando, descubriendo los grandes animales de
mirada petrificante. pero en alguna gruta sientes gotear el
tiempo justo para sacarle música al cetro de tu herida. ¿con
qué manos? ¿con qué lamparilla separar el bosque vocinglero
de la sangre? cada pálpito en el viento que has colmado de
trampas, acusa la angostura de tu emoción bajo la nieve, demasiado
marchita, quebradiza. donde te condenas, ninguna
pavesa fortifica cerca ni lejos. ningún jeroglífico excede a la
ceniza del ojo. pero esa silueta que es tu grito, soñada, te
hace crispar los dedos, aún más adentro de la pared de sal
que no has grabado. sólo es tu pensamiento, con pezuñas muy
finas, que en la oscuridad salta, de una rama a otra. ¿y si fuiste
feliz por un instante? ¿cómo sobrevivir a esa visión? ¿si el
cabritillo en el presbiterio eludiese su garganta, incierta disidencia
al nivel de tus párpados? tendiéndole un cerco al cirio
del sueño espigas, descubres en las grietas cómo huyes mucho
más desde el fondo. eco descarnado. labio a labio. vena a vena.
irrumpes frondoso en tu propia costumbre a través de ausencias
concéntricas. desenvolver tu mirada en los brazos como
discontinuas tijeras del pastor: él, sólo él puede prometerse
esta amarga cueva para separar a su ganado menor del invierno,
a veces de manera imperceptible. en la jarra portátil
del dolor, exprimes ambas manos martilladas y lijadas por
soledades equidistantes. pero en la próxima clavija de las
sombras aguarda por ti el aullido como un error de animales
en celo, sortija que labraste en leche y nieve. la estrella que no
estaba verdeciendo delante de tu puerta cuando aquellos
patricios te arrojaban a las básculas y el apetito exterior. quizás
por ese túnel aéreo de su rosa podrías volver. devolverte al
cielo abierto, cifra inflexible que innovaban tus carnes lágrima
a lágrima. minuto que se derrama en la gravilla. tu minuto de
presentir o escuchar dónde acaba la obertura de la tierra y
empieza el ánfora sinuosa de las uñas. tu más íntima soledad
multiplicada. enjambres que se apagan, cada punta de una
estrella en el interior líquido de la otra punta, como en un
sueño, después de haberte mirado oscuramente al corazón.



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