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Piedra de chairar - Poemas de Eduardo D'Anna

Piedra de chairar

Flores tercas
suspendidas del aire
donde paseó
el amor ¿cayeron?
No se sabe.
¿Soñaron al crecer?
¿En medio del suceso,
sacando aire
del aire, como esas
flores, apoyadas en ellas?

Recordar el perfume
cuando está, no acordarse
de él cuando se ha ido;
esperanzas, comidas
de la víspera.
Alimentando miedo
con oscuros derechos

sobre nada. Ella era la piedra
cayendo por su peso
hasta la levedad del agujero
negro donde se volvería
antimateria. Era el silencio
nacido de las voces que desisten.
Parecía
saber aparecer. Aseguraba
que la podías invocar.
Que era posible
conocer su final
amándola en silencio.

Mientras que antes
la noche ardía
en la memoria, brasa
de los vientos, nada más.

Recuerdo
que ella combustionó
como un trapo
de sangre.

(Pequeños cuentos,
cosas
que uno, mirándola
pensaba. Reemplazos.
Plazos. Extraviado
desear).

Pero su voz venía
como un tren, del olvido,
entre terribles
ruidos de carga. Había
veces en esa voz. De muchas veces
en que sin escucharse
se la pudo escuchar.
Debió soñar. Debió,
para no entristecer
cuando caía.

Desde mi horca
y mi casa, pensándola
no vi crecer los pastos
que no planté. Aunque ellos
estaban en mis garras
de jardinero posible,
en mis macetas
que inventaría para tenerlos
cuando ya su canción
fingiera ser.
Y era el frío del mes, el que
las cosas temen cuando duermen,
pero se vivía.
Entre los corderos
nadaban nuestros ojos sin mirarse
y al apoyar las manos
nos sentimos.
Un viento atropellaba
un corazón tras otro
¿era ahí dónde estabas?
Se enganchaba
el mío entre los días.
La ciudad percibía ese proyecto.
Pero las almas estaban quietas,
demasiado trabajo
para sus átomos
hubiera sido andar.

Sólo una voz. Sólo una dolorosa
participación en lo dulce.
¿Dónde estará la pobre Eugenia?
¿Dónde navegarán sus náufragos?

Preguntas sin perdón. Abstenciones
del viento ¿Dónde estarán las piedras
las que lancé a volar
una tarde en Casilda?

Preguntas sin rehén,
sin rescate.

Y no estaban en tus ojos entonces
las señales de ser como serías:
las lentas nubes de los arcoiris,
del granizo ruidoso. Desdecirte
era fácil. Tu historia
desescribir. Con mano trémula,
pasto del poseer. La marca
fue anegándose en lo que crecía
sin saber, como el pasto.

No pasará más tiempo por enfrente
del lugar donde fuiste una vez sola.
No vas a estar de nuevo. Cosas
que dan al mundo su manera
de ser, su dictamen
sobre el mundo. Aunque los viejos  átomos
se pongan a jugar con los recién
nacidos, rondas de imposibles.

De pasto abandonado, las visiones
retienen el perfume, la perversa
manera de tentar sin ser reales.
Dónde estará, ya no diré la Eugenia
sino tan sólo las rosas que iba a darle
en un día que no llegó a existir,
adónde, rosas? Ella las recogió,
bailando hacia la nada?

Pero hay tardes enteras,
y otras cosas: un ascensor real,
patios lejanos, el sabor
de provinciales especias.
Las cosas van llegando a la memoria,
son las reales pisoteando; exhalan
su olor a vida, sus fascinaciones
de existir, marchitando los sueños.

Desconocidos peces que ya nunca
pescaré: aves por cuyo vuelo
jamás me pararé
para mirar (como se para
un albañil, para escuchar los árboles
en su pálido andamio); ya soy viejo collar
del  nuevo perro de la tarde.

Nos miraríamos, Eugenia,
sedientos? Esas flores
probables, nunca han sido
probadas, y no valen
los ulteriores deseos
de ellas.

La voz se vuelve viento
en septiembre, y se entibia,
se perfuma, olvidándose
de sus tristes autores.

Estas ruinas de ojos, atadas
como están a recordarte
a cordones de nada, sin embargo,
siguen tratando de mirar.
Del mundo esperan
un renuevo, una auspiciosa
forma de abalanzarse
a los caminos, piden un alivio
a lo que existe y es distinto
de vos: desde el sur viene el viento
con árboles oscuros y quietudes
del alma entre resinas. Que estarán
con los glaciares de tu ausencia
dentro de mí. Y en la tormenta
ver llorar a las plantas me reanima.
Y el aire sobre el aire
encandila la luz. Y hay un perfume
viejo como la incertidumbre.

Brillan las telarañas.
Charcas. Ráfagas.
Hubo un diluvio, un pacto
nuevo. Y paraísos.
Volvemos a mirar:
entre leyendas, corroídos
por las deformaciones
de la gracia que se creyó
alcanzar. Rarefacciones
bancos de ensayo
de la muerte. Penas
sagradas que se ahogaron
en la lluvia. Por vos
no están cantando.

Un viento muerto
es nada más que un aire
que no sopla.
¿Por qué en nosotros
no es así?
              Si yo pudiera
querer aire en vez de saber cosas
de ella, si la poseyera
como un paisaje, si poblara en ella
mitos de origen familiares, como
un capitán del siglo XVI
para morir en propiedad reconocida.

O mejor todavía: no ser nadie
a quien se pueda no querer. O írsele.

No.Yo no llegaría
a ser lo que seré en un instante
más: éste, que viene
entre arreboles, vientos y esperanzas:
Así las amo, ajenas, almas solas
que yo he vestido aquí de hablada niebla.

Por eso pasen, palabras sobre Eugenia,
grandes palabras con las que soñaba,
antes de hablar ya vino la tormenta;
nada quedó que no pueda guardarse
en el minúsculo recinto de una célula
cerebral renga, que vendrá agitada
a presentar su informe si la llamo
en esos días de ansiedad o angustia.

Sólo que ¿dónde estás?
¿dónde estoy?¿En qué patios
te disolviste dejándome sin filo
para chairar mi vida?
                                  ¿Estás pendiente
de mi aliento? ¿Al cortarse
sabrás lo que sostiene?



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