Unas horas de piedad No me atropelles,
que yo era un niño.
No me aplastes,
que yo era ciego, puro,
y me gustaban los juegos simples
como bañarme en el mar, o sentir
el pasto húmedo hundido
bajo mis botas.
No me atropelles,
que yo era un niño
y la luz de mi pecho se quemó.
Creo que puedo meter un brazo
en el fantasma que me anima.
Creo que puedo retorcer
mi corazón con estas manos
y lavarte los vidrios,
besarte los ojos.