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Quidam - Poemas de Carlos Augusto Alfonso Barroso

Quidam

Fue la canalla, maestra de Venecia,
la que arrastró al Duque de Osuna
—coros más coros menos—
a mandar a un polígrafo al Puente los Suspiros;
latiniparlo en musa: Francisco de Quevedo.


Como la madre a un hijo le recuerda
baños de oro.
«En misión imposible mi romero,
al becerro de hábito le pones,
dos capas de majada (de Santiago El Menor)».


Cuando se apoderó de él la tarde de sus días
y salieron altísimas doctrinas
—muchas de ellas reas—
su nariz despegó excretas de una torre;


la tixera en los ojos; descabelladas lunas;
opopónax, barnices empleados;
juicio de marras —que ahora rige—;
sujeto que se busca. Cruz copal.
En los afónicos dinteles que por un bando el postulante,
Duque de Osuna —vivo— de Venecia que ha radicado en Nápoles
resuelve. —Que lo justificado en tierra sea derecho.
—Anuencia de varón (que loor naciente).
—Llovizna pertinaz; mujer prendada
de su edad de luqués que no le importa
si lo mandado a investigar no es de este mundo,
ni comienzo de nada epitalamio.
Juzgado en rebeldía
no se le endilgará venida a menos
la tenaza del diablo;
con razones de Flandes
cabalgata mayólica asonante
su mitra de emulsión;

una altinova estrella extemporánea
—de esas que fallan en ausencia.


Al que colmó la copa, segunda dentición,
ménades muertas en manada;
con bordón y esclavina
vertiginoso látex; diéresis de o;
de un erial, sus buscones
no le daremos muerte
(a menos que lo pida).



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