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Kerouac en el mac - Poemas de Beatriz Vignoli

Kerouac en el mac

a  S. R.Siento viento; barres bares, cansancio.
¿Qué del tiempo vuelve con la música
cuando la música vuelve?


Estaba Kerouac en el Mac,
no hacía más que estar, era suficiente.
Estaba Kerouac en el Mac, y todos fueron a ver.


Fueron todos: fue un hombre que hacía brillar a su esposa
en la cara de los demás, como un policía con su linterna.
Fue una madre que a su hija iba repitiéndole: “No hay mundo allá afuera”.


Fue un poeta de la dictadura militar, convencido de ser un monstruo alienígena,
temeroso de que le prendieran fuego por alguna justa razón incomprensible.
Y fue el amigo del poeta, con muchas ganas de conversar.


Porque estaba Kerouac en el Mac,
no hacía más que estar, era suficiente.
Estaba Kerouac en el Mac, y todos fueron a ver.


Fue la chica linda de menos de treinta, con libros para firmar,
limpia, con medias nuevas, segura de poder sentarse en sus piernas.
Fue Baltasar el artista político, llevando sus ofrendas: oro, droga y pollo frito.


Fue el buen hijo del mal padre, con prisa, con su sonrisa fluorescente,
sin tiempo, con su mochila pesada, temiendo que ya no quedara lugar.
Fue el buen padre con sus hijos, que preguntaban: “Papá, ¿qué es un escritor?”


El escritor estaba en el Mac,
era suficiente con estar, ya había escrito.
Se llamaba Kerouac, estaba en el Mac, y todos fueron a ver.


Fue un borracho gritando de su cartón nuevo de vino: “Esto es como las mujeres,
nunca termino de entender por dónde se abre”, y creyéndose muy encantador.
Fue el estudiante de Princeton con su red de cazar hipótesis ajenas.

 
Fue la novia del beisbolista, preguntando dónde vendían remeras.
Fue el beisbolista, preguntándose dónde se habría metido su novia.
Y no se encontraron, ni la muchedumbre supo jamás de su desencuentro.


Pero estaba Kerouac en el Mac,
no hacía más que estar, era suficiente.
Estaba Kerouac en el Mac, y todos fueron ahí a ser.


Fue Baltasar quien cortó con su trincheta el cartón nuevo de vino
y le dijo “hermano” al borracho, mientras el poeta exiliado anotaba su chiste,
el amigo del poeta exiliado le pedía fuego al estudiante de Princeton 


y la esposa rutilante opinaba: “Fuma. ¿Cómo es que no lleva su propio encendedor?”
pero el hijo del mal padre la interrumpió para venderle sahumerios a su marido
mientras alguien le rompía y vaciaba la pesada mochila con una trincheta robada.


Entonces el ama de casa luminosa rozó casi sin querer al beisbolista
de cuyo paradero nada supo decir a su novia la madre solipsista
cuya hija fue y le preguntó a Kerouac: “¿Hay mundo allá afuera?”


Dando la espalda a los expatriados, el estudiante quiso ver los libros que traía la chica.
El buen padre dijo “vamos a casa”, el buen hijo juntó las cosas que pudo salvar
y el mal hijo del buen padre se llevó algunas, escondiéndolas en sus amplios bolsillos.


A Baltasar, afroamericano y conceptualista, alguien le devolvió su trincheta
pero el marido de la bella ordenó que nadie lo dejara salir, frase que tuvo que tragarse
cuando el beisbolista le rompió la cara y huyó con su espléndida mujer.


De los dos refugiados el que no escribía aferró los testículos del estudiante
y susurró en su oído: “quiero que conozcas el tamaño de mi resentimiento”
mientras su amigo el poeta se besaba con la veinteañera en uno de los baños.


Desvalijado, el buen hijo del mal padre soltó al fin sus demonios
y desvirgó a la novia del beisbolista en la cocina, ante la empleada del mes
mientras el policía cornudo se agarraba a piñas con el artista negro, y perdía.


¡Qué día en el Mac! La madre tímida reclamaba su hamburguesa, pero nadie la oía,
menos que nadie su hija, quien, sentada en la falda de Kerouac, lo escuchó responder:
“El mundo existe aquí dentro”, con la mano derecha suavemente posada en su vientre.


¿Qué del tiempo vuelve con la música
cuando la música vuelve?



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