Los senderos del polvo viii Ardía la frialdad de los aires, tranquila;
mientras una absorta columna, entre el fárrago
de los collados le seguía llorando ámbar,
vaciando cada una de las paredes de su vientre.
Madres, hijas, hermanas; todas ellas ambulando
los ruidos, menudos y veloces, del sosiego.
Todas ellas inevitable, puertas desde la curva
final, donde las rendijas del sol existen.