Breve tratado sobre la permanencia Con cautela me alejo de las arenas
en que se hunde todo peso
menor al de un hombre.
Sin descubrir caligrafía
que advierta de ese peligro
me alejo
con la dificultad de poseer tantos recuerdos.
Pendiente del equilibrio mido mis pasos,
los gestos y palabras
que puedan regresarme al pasado.
Sin proponerme restaurar el orden
disfruto tragándome la espada.
Con tanta falsa luz de su filo
rozo la yugular,
las vísceras, el pulmón necesitado de aire.
Había probado en otros cuerpos
pero nunca para reconocer mis otras vidas.
Me sumerjo, sin ímpetu,
en aguas apoderadas de las fuerzas
de al menos cien jóvenes remeros.
Y en las que sólo navega
—con extrema cautela—
un raro país en el que no es posible
conservar recuerdo alguno.
Ni leer lo impredecible
en ojos obstinados de la realidad.
Tampoco me será posible responder con justeza
leyendo en otros labios la profecía.
Vivo del lado opuesto,
en el lugar exacto
en que no existe advertencia de peligro.
A veces sostengo el equilibrio
a pesar del asedio.
Me sujeto de quien prefirió seguir a mi lado
a pesar de los riesgos de un tragaespadas.
Respiro —a veces— el más sano aire
de un cielo tan antiguo que ya no existe.