Tangible ausencia Que me dejen con mi voz nueva, desconocida. No, no me dejen. Oscura y
triste la infancia se ha ido, y la gracia, y la disipación de los dones.
Ahora las maravillas emanan del nuevo centro (desdicha en el corazón de
un poema a nadie destinado). Hablo con la voz que está detrás de la voz
y con los mágicos sonidos del lenguaje de la endechadora.
A unos ojos azules que daban sentido a mis sufrimientos en las noches de
verano de la infancia. A mis palabras que avanzaban erguidas como el
corcel del caballero de Bemberg. A la luz de una mirada que engalanaba
mi vocabulario como a un espléndido palacio de papel.
Me embriaga la luz. No nombro más que la luz. Quiero verla. Quiero ver
en vez de nombrar.
No sé dónde detenerme y morar. El lenguaje es vacuo y ningún objeto
parece haber sido tocado por manos humanas. Ellos son todos y yo soy yo.
Mundo despoblado, palabras reflejas que sólo solas se dicen. Ellas me
están matando. Yo muero en
poemas muertos que no fluyen como yo, que son
de piedra como yo, ruedan y no ruedan, un zozobrar lingüístico, un
inscribir a sangre y fuego lo que libremente se va y no volvería. Digo
esto porque nunca mas sabré destinar a nadie mis
poemas.
Vida, mi vida, ¿qué has hecho de mi vida?
Hemos consentido visiones y aceptado figuras presentidas según los
temores y los deseos del momento, y me han dicho tanto sobre cómo vivir
que la muerte planea sobre mí en este momento que busco la salida, busco
la salida.
Volver a mi viejo dolor inacabable, sin desenlace. Temía quedarme sin un
imposible. Y lo hallé, claro que lo hallé.
La aurora gris para mi dolor infuso, me llaman de la habitación más
cercana y del otro lado de todo espejo. Llamadas apresurándome a cubrir
los agujeros de la ausencia que se multiplican mientras la noche se
ofrece en bloques de dispersa oscuridad.
Luz extraña a todos nosotros, algo que no se ve sino que se oye, y no
quisiera decir más porque todo en mí se dice con su sombra y cada yo y
cada objeto con su doble.