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Piedra fundamental - Poemas de ALEJANDRA PIZARNIK

Piedra fundamental

        No puedo hablar con mi voz sino con mis voces.

        Sus ojos eran la entrada del templo, para mí, que soy errante, que amo y
        muero. Y hubiese cantado hasta hacerme una con la noche, hasta
        deshacerme desnuda en la entrada del tiempo.

        Un canto que atravieso como un túnel.

        Presencias inquietantes, gestos de figuras que se aparecen vivientes por
        obra de un lenguaje activo que las alude, signos que insinúan terrores
        insolubles.

        Una vibración de los cimientos, un trepidar de los fundamentos, drenan y
        barrenan, y he sabido dónde se aposenta aquello tan otro que es yo, que
        espera que me calle para tomar posesión de mí y drenar y barrenar los
        cimientos, los fundamentos,
        aquello que me es adverso desde mí, conspira, toma posesión de mi
        terreno baldío,
        no,
        he de hacer algo,
        no,
        no he de hacer nada,
        algo en mí no se abandona a la cascada de cenizas que me arrasa dentro
        de mí con ella que es yo, conmigo que soy ella y que soy yo,
        indeciblemente distinta de ella.

        En el silencio mismo (no en el mismo silencio) tragar noche, una noche
        inmensa inmersa en el sigilo de los pasos perdidos.

        No puedo hablar para nada decir. Por eso nos perdemos, yo y el poema, en
        la tentativa inútil de transcribir relaciones ardientes.

        ¿A dónde la conduce esta escritura? A lo negro, a lo estéril, a lo
        fragmentado.

        Las muñecas desventradas por mis antiguas manos de muñeca, la desilusión
        al encontrar pura estopa (pura estepa tu memoria): el padre, que tuvo
        que ser Tiresias, flota en el río. Pero tú, ¿por qué te dejaste asesinar
        escuchando cuentos de álamos nevados?

        Yo quería que mis dedos de muñeca penetraran en las teclas. Yo no quería
        rozar, como una araña, el teclado. Yo quería hundirme, clavarme,
        fijarme, petrificarme. Yo quería entrar en el teclado para entrar
        adentro de la música para tener una patria. Pero la música se movía, se
        apresuraba. Sólo cuando un refrán reincidía, alentaba en mí la esperanza
        de que se estableciera algo parecido a una estación de trenes, quiero
        decir: un punto de partida firme y seguro; un lugar desde el cual
        partir, desde el lugar, hacia el lugar, en unión y fusión con el lugar.
        Pero el refrán era demasiado breve, de modo que yo no podía fundar una
        estación pues no contaba más que con un tren algo salido de los rieles
        que se contorsionaba y se distorsionaba. Entonces abandoné la música y
        sus traiciones porque la música estaba más arriba o más abajo, pero no
        en el centro, en el lugar de la fusión y del encuentro. (Tú que fuiste
        mi única patria ¿en dónde buscarte? Tal vez en este poema que voy
        escribiendo.)

        Una noche en el circo recobré un lenguaje perdido en el momento que los
        jinetes con antorchas en la mano galopaban en ronda feroz sobre corceles
        negros. Ni en mis sueños de dicha existirá un coro de ángeles que
        suministre algo semejante a los sonidos calientes para mi corazón de los
        cascos contra las arenas.

        (Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas.)

        (Es un hombre o una piedra o un árbol el que va a comenzar el canto...)

        Y era un estremecimiento suavemente trepidante (lo digo para aleccionar
        a la que extravió en mí su musicalidad y trepida con más disonancia que
        un caballo azuzado por una antorcha en las arenas de un país
        extranjero).

        Estaba abrazada al suelo, diciendo un nombre. Creí que me había muerto y
        que la muerte era decir un nombre sin cesar.

        No es esto, tal vez, lo que quiero decir. Este decir y decirse no es
        grato. No puedo hablar con mi voz sino con mis voces. También este poema
        es posible que sea una trampa, un escenario más.

        Cuando el barco alteró su ritmo y vaciló en el agua violenta, me erguí
        como la amazona que domina solamente con sus ojos azules al caballo que
        se encabrita (¿o fue con sus ojos azules?). El agua verde en mi cara, he
        de beber de ti hasta que la noche se abra. Nadie puede salvarme pues soy
        invisible aun para mí que me llamo con tu voz. ¿En dónde estoy? Estoy en
        un jardín.

        Hay un jardín.



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